Sí se puede salir de la anorexia

Escrito por  22 Mar 2016

Poca gente que conocí tras la enfermedad sabe lo que pasé.

Pero hace poco, decidí que ya era hora de empezar a hablar de ello con normalidad, como una cicatriz del pasado que marcó parte de quien soy ahora, en mi presente. Ahora, cuatro años y pico después del alta, puedo decir que a través de la anorexia crecí, maduré, me conocí a mí misma y encontré una gran fuerza que hay en mi interior que me empuja a vivir la vida con total intensidad y pasión.

 

Casi cinco años después, recuperada física y psicológicamente al 100%, copio las palabras que publiqué en un gran foro el día 6 de julio de 2009, poco después de las vacaciones que precederían a mi alta hospitalaria. Espero que sirvan a aquellas personas que están atravesando un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) y que inspiren a cualquiera que necesite un empujoncito para disfrutar de todo lo maravilloso de la vida. Desde aquí doy las gracias a mi familia y a mis amigos, porque todos estuvieron conmigo durante la enfermedad, supieron que yo podía curarme y siempre intentaron sacar lo mejor de mí. Gracias.

 

“Hola gente, ¿os acordáis que estuve ingresada?, pues ME HAN DADO EL ALTA!! Bueno, en realidad es una medio-alta. El día 19 de junio me dieron 10 días de permiso y fueron genial (pensaba que los últimos días me entraría el bajón al estar tanto tiempo sin apoyo psicológico y teniéndome que valer por mí misma y sin las bandejas del hospital), así que el 29 de junio volví a revisión y me volvieron a dar vacaciones en teoría el día 14 de julio debería volver a consulta, pero voy a hacer un viaje (me encuentro con fuerzas de hacerlo y, por consiguiente, tener que retrasar la visita). Así que, aunque el alta no esté firmada y no sea algo oficial, a mí me gusta pensar que esto ya es una especie de “alta condicional”. Desde que ingresé no había pasado tanto tiempo seguido fuera, mis permisos normalmente eran de fines de semana y los más largos fueron en fallas y semana santa (5 días). Pensaba que al superar ese límite empezaría a rayarme, a sentirme mal conmigo misma y a querer volver al hospital, pero he ido aguantando y mirad, llevo ya casi tres semanas fuera.

 

El motivo de mi post es daros mi testimonio para que veáis que SÍ SE PUEDE salir de un TCA. No es que yo ya esté curada, ni mucho menos, aún me queda mucho camino por recorrer. Hago las 5-6 comidas, como de todo, variado y bien, sé hacer extras de vez en cuando… La parte de la comida es lo menos complicado, es simplemente un hábito que se nos ha desajustado y tenemos que reconducir al lugar que le corresponde, lo difícil es aceptarte, física y sobre todo psicológicamente, y empezar a saber dónde flaqueas para conocerte y cambiar todo aquello que no te deja ser feliz.

 

En los primeros días en el hospital ya me di cuenta de que lo mío no era vida, que era un vegetal, que pesar 45 kilos no me servía de nada si tenía que vivir encerrada en una unidad del comportamiento alimentario, rodeada de enfermeras, viendo pasar chicas y chicas mientras tú te quedas porque no quieres engordar. Desde el principio me conciencié de que tenía que comer si quería salir, pero sobre todo tenía que comer por mí, para ser feliz, para saber cuáles son las cosas buenas de la vida (que tiene muchas, más que malas) y disfrutarlas. No hacerlo por tus padres, por tus amigos o por tu pareja… porque eso no funciona. Hay que ser consciente de que se tiene un problema (a mí me costó aceptar que lo tenía, aunque antes de ingresar pensaba que era totalmente consciente, pero me di cuenta de que no), y elegir bien a las personas que pueden ayudarte. Y a partir de ahí, poner toda la carne en el asador, entregarte al tratamiento, confiar plenamente en lo que te dicen los médicos y no dejarte llevar por los comentarios dañinos de las demás. No es una tarea fácil, porque estás rodeada de chicas que tarde o temprano acaban por parecerte de tu familia pero a quienes a veces no debes escuchar. Recuerdo una vez que una chica que llevaba tres años ingresada (con idas y venidas) se puso a comentar en mitad de la comida que la unidad era una mierda, que lo mejor era ADANER y que en el hospital nunca te curabas. A esos comentarios es a los que no tenía que hacer caso, y me costó muchísimo. En mi opinión, si no confías en el tratamiento nunca te curarás.

 

Los bajones en mis primeras salidas eran frecuentes, muchos fines de semana los empezaba genial y el domingo estaba deseando volver al hospital porque allí me sentía como protegida. En el hospital sube la bandeja con una cantidad de comida que no se puede rechistar, que sabes que está bien, que ni te hará engordar (a no ser que lo necesites) ni te hará bajar de peso. En cambio cuando vas a casa eres TÚ la que debe apañarse sola. Y hasta que aprendí a hacer las cosas paso a paso las salidas fueron un poco catastróficas. En las primeras me veía mejor de lo que estaba realmente, así que me atrevía a comer cualquier cosa, a hacer muchos extras… pero luego me sentía muy mal. Decidí que, aunque había mejorado, no estaba tan bien como para ir tan rápido. De esto he aprendido que una enfermedad que tarda años en gestarse, también necesita años para desaparecer completamente. Por eso hay que tener paciencia, no ir demasiado rápido porque si no te estampas. Gracias a esa paciencia que he ido regando estoy pudiendo aguantar tantos días fuera del hospital. Aunque a veces intento comportarme como una persona normal ante la comida (o ante situaciones que me asustan), si veo que es demasiado esfuerzo lo dejo, porque sé que tarde o temprano la normalidad llegará, y sólo desearla hace tenerla mucho más próxima.

 

Al final ya salía porque el 13 de abril me dieron hospital de día (sólo iba de 9 a 16 y luego algunos días a cenar). Las primeras semanas me costó un poco hacer comidas fuera entre semana, y además en casa de mis tíos (vivía allí porque yo vivo en valencia y el hospital en el que estaba es el de Albacete) la gente cena cada uno a su bola y comiendo sobras de la nevera. Sin embargo en seguida me acostumbré y noté cómo los fines de semana en valencia también iban mejorando. Poco a poco fui dándome cuenta de que dependiendo de mi estado de ánimo me veía de una manera u otra. Así que, acabé por aceptar, que sufro de dismorfofobia, o lo que es lo mismo, que no me veo como realmente soy. Eso es algo que nunca me había acabado de creer porque no le encontraba una explicación lógica, y en estos meses, aunque no he acabado de entenderlo, lo he aceptado. ¿Cómo es posible que un día me vea perfecta y al día siguiente, por haberme comido un helado, me vea las piernas el doble de grandes?. Cuando eres consciente y aceptas que tienes distorsionada la percepción de ti misma, se avanza muchísimo.

 

Estos meses me han ayudado muchísimo a conocerme y aceptarme. Sé que soy una persona que vale mucho, aunque a veces lo olvide. Sé que soy inteligente, guapa, simpática, sociable, interesante, amable, educada, divertida; no me asusta decirlo, aunque a veces me olvide de todo eso. En estos meses he conocido a personas que nunca se borrarán de mi memoria, y la mayoría de ellas nunca se irán de mi vida porque me han demostrado su amistad más que otras personas que conozco desde hace años. Sé que sin su apoyo todavía estaría en el hospital. No sabéis lo que es pensar que vas a entrar en una unidad con veinte chicas esqueléticas negándose rotundamente a comer, llorando y quejándose las 24 horas del día… Y encontrarte a 10 chicas, casi todas más pequeñas que tú, hablando, cantando y riendo, plantándole cara a la vida. Al principio pensé que estaban locas, que les habían lavado el cerebro o algo así… Y al cabo de un mes yo era una de ellas. Comía, reía y quería curarme. Recuerdo la primera vez que me reí y me emociono al recordarlo… porque liz, una chica de las que estaba conmigo, me dijo: “¿te has dado cuenta? te has reído”.

 

Hace falta mucho valor y valentía para salir de esta enfermedad. Hay que hacer un esfuerzo permanente, constante y tenaz. Pero si ese esfuerzo lo dosificas, lo realizas poco a poco, no te cansas. No pierdes la fuerza ni las ganas de luchar. Tiras para adelante aunque a veces la enfermedad te tiente. No se trata de dejar atrás lo pasado; al contrario, hay que tenerlo muy presente para compararlo con el presente y con el futuro al que aspiras, para saber decirle NO a todo lo anterior y caminar hacia adelante.

Cuando empiezas a comer, la luz se divisa pronto. Aunque nos costará llegar a verla con claridad, no hay que perderla de vista para no perderse ni desviarse del camino a la recuperación. Yo sólo quiero daros ánimos, deciros que todos, TODOS absolutamente, podemos salir de esto. Y, al contrario de lo que muchos piensan, salir sin heridas. Salir solamente con cicatrices que te recuerden lo fuerte que fuiste y lo mucho que luchaste para salir de una enfermedad como la anorexia o la bulimia, y lo que aprendiste por el camino.

 

Os animo a que lo intentéis, a que penséis que la salud es lo primero. Yo tuve que ingresar a 200 kilómetros de mi casa. Hay que hacer LO QUE SEA que esté en nuestras manos para curarse. Porque todo lo que hay en el mundo es mucho más bonito que la extrema delgadez. Porque cuando empiezas a comer bien, el mundo tiene más luz, más colores… Y tú también brillas con luz propia.

Besos, Irene".

 

La imagen de portada no corresponde con la autora del post.

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Irene Rodrigo

Periodista de formación y comunicadora por vocación. Como apasionada de la lectura, se dedica a la divulgación literaria a través de Léeme, el programa para televisión online de divulgación literaria que desarrolla junto con el pintor Nacho Vergara. Se dedica también a la escritura creativa y a la corrección de textos a través de su web TeComunicas y de su blog personal IreneRodrigoSu misión es trasladar a las personas un pensamiento libre y una mentalidad abierta, algo que cree que podemos entrenar a través de la lectura, la escritura y la comunicación en general.

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