Hambre emocional: una puerta hacia tu interior

Escrito por  03 May 2018

El hambre emocional trata de decirte algo, debes estar preparada para interpretarlo.

Hace algún tiempo Manuel Antolín, me propuso colaborar en este maravilloso proyecto: Cómete el Mundo TCA. Y yo, que intento siempre guiarme por el corazón, no he podido hacer otra cosa que subirme a este tren. Y no sólo me he visto atraída por sus preciosos vagones, sino por el motor tan fuerte que lo mueve: las ganas de compartir y ayudar.

 

En este primer post, después de darle algunas vueltas, he decidido hablar sobre hambre emocional, porque a veces, se asocia a algo negativo que debemos evitar. Y la realidad es que tener hambre emocional, significa estar viv@, estar sediento de deseos, de proyectos, de planes... Y, ¿hay algo más bello que sentirse viv@? ¿Por qué evitar algo que dice tanto de nosotr@s?

 

Espero que te unas a explorar junto a mí qué es el hambre emocional y todo lo que podemos aprender gracias a ella. ¿Preparad@? ¡Allá vamos!

 

¿Qué es el hambre emocional?

 

El hambre emocional es el hambre que no responde a un hambre física, sino que nace como respuesta a necesidades psicológicas. Cuando experimentamos hambre emocional suelen antojarse determinados grupos de alimentos, pudiendo sentir falta de control a la hora de ingerirlos.

 

Últimamente se habla mucho sobre hambre emocional, asociándolo a estrés, preocupación o ansiedad. Entendiendo, por lo tanto, esta hambre como una manera de sentir alivio o un refugio. Pero la realidad es que la ecuación no es tan sencilla. El hambre emocional responde a otros muchos problemas y/o situaciones internas cuyo origen es de índole psicológico.

 

Así pues, como intento de solucionar estas dificultades (deficiente gestión emocional, conflictos no resueltos, deseos o necesidades insatisfechas…), la comida se convierte en una gran aliada y compañera con un único objetivo: ayudarnos. Y esto lo hace a corto plazo, por eso debemos aprender otras estrategias diferentes que no ocasionen repercusiones negativas.

 

Es importante, por lo tanto, comprender que sanar el hambre emocional no sólo nos permitirá lograr un cambio externo (obesidad, sobrepeso…). Sino que nos conducirá a lograr un cambio interno y transformar así nuestra relación con nosotros mism@s. Así pues, hagamos las paces con la comida, dejemos de verla como un enemigo y aprendamos gracias a ella.

 

Aprendiendo a diferenciar el hambre emocional y el hambre física

 

Las principales diferencias entre el hambre física y hambre emocional podemos sintetizarlas en 5:

  1. Causas: el hambre física aparece cuando nuestro cuerpo necesita nutrientes para continuar en funcionamiento. El hambre emocional responde a conflictos internos de origen psicológico; buscando en los alimentos intimidad, alivio, protección, seguridad, placer, desconexión, libertad…
  2. Modo de aparición: el hambre física va aumentando gradualmente y puede esperar. El hambre emocional aparece de repente y con urgencia.
  3. Saciedad: el hambre física es mucho más fácil de saciar. Después de comer nos sentimos satisfechos y nos deja saciados durante horas. Comes lo que necesitas. El hambre emocional es mucho más difícil de saciar, incluso podemos llegar a sentir que coma lo que coma, nunca me sentiré lleno. Comes más de lo que tu cuerpo necesita. 
  4. Alimentos escogidos: cuando estamos experimentando hambre física, podemos decidir qué alimentos escogemos para nutrir nuestra hambre. No sólo nos satisfacen alimentos específicos y estamos abiertos a varias opciones. Cuando experimentamos hambre emocional, no tenemos tanto poder sobre qué alimentos escoger. Suelen satisfacernos grupos determinados de alimentos (dulces, snacks de intenso sabor, comida rápida y pasta).
  5. Emociones que genera: después de responder al hambre física, nos quedamos con una sensación de satisfacción, sin experimentar emociones desagradables. Después de comer emocionalmente, aparecen emociones como la culpa, tristeza, frustración, rabia…

 

Y un antojo… ¿es hambre emocional?

 

Un antojo es el deseo de un alimento específico. Este deseo suele aparecer de manera intensa y urgente, pudiéndolo experimentar con cierto grado de descontrol.

 

Los antojos hacia ciertos alimentos son una señal de que el cuerpo necesita estabilidad y calma. Y el mecanismo que se encarga de ello es la homeostasis, capacidad de nuestro organismo para autorregularse con la finalidad de mantenerse en equilibrio.

 

Por lo tanto, un antojo es una señal de desbalance. Pueden existir diferentes tipos de desbalances: alimentario, físico o emocional. Y cuando esto ocurre, el cuerpo intenta darnos señales para que busquemos de nuevo el equilibrio, pero si lo ignoramos, o no sabemos cómo escucharlo, es cuando aparecen los antojos, para que recobremos la homeostasis mediante alimentos. 

 

Resumiendo, un antojo es un mensaje de nuestro cuerpo expresando una necesidad, de forma intensa y urgente. Por lo tanto, más que buscar culpables (estrés, aburrimiento…), sería más interesante intentar comprender qué es lo que necesitamos realmente.

 

Por ejemplo, si experimentas estrés, quizá tu cuerpo necesite reposar y el antojo de cierto alimento es una invitación a que te preguntes ¿Qué necesito realmente ahora? ¿Cómo podría proporcionarme más descanso? Si sigues trabajando al ritmo de siempre, tu organismo necesitará equilibrio por lo que te pedirá que comas cierto alimento para sentirte mejor momentáneamente.

 

Si experimentas aburrimiento, en vez de comida, ¿Qué otras cosas puede necesitar tu cuerpo? Quizá nuevas experiencias, creatividad, ganas de conexión contigo mism@… ¿De qué manera podrías proporcionarte aquello que realmente necesitas?

 

Si te sientes triste, sería interesante que te preguntaras que sueles hacer cuando te sientes así. ¿Qué podrías hacer diferente en vez de comer?

 

Los antojos son mensajeros que nos indican que estamos viv@s y que tenemos hambre: hambre de nosotr@s mism@s, hambre de amor, hambre de movimiento, hambre de conexión, hambre de quietud.

 

El problema lo encontramos cuando la única manera que tenemos de “satisfacer” esas hambres es a base de comida. Porque lo que llegó para avisarnos de que necesitábamos algo (el antojo), puede convertirse en algo perjudicial, si siempre respondemos de la misma manera ante él: con comida.

 

¿Son las emociones desagradables las “culpables” de nuestra hambre emocional?

 

Después de todo lo expuesto anteriormente, podemos decir que el aburrimiento, la tristeza o el estrés no son los culpables de nuestros antojos de forma continua. Sí la falta de recursos para gestionar dichos estados emocionales o la carencia de herramientas para darnos cuenta de lo que nuestro organismo (cuerpo-mente) realmente necesita.

 

Además, no debemos olvidar que existen ciertos alimentos que son capaces de segregar ciertas sustancias en nuestro cerebro que producen una sensación de bienestar, calma o placer. Y esto, las industrias de alimentación lo saben bien y se “aprovechan” de ello creando productos más interesantes para el consumidor. Son fabricados con un objetivo primordial: maximizar la respuesta sensorial y aportar sensaciones muy gratificantes.

 

Así pues, es normal, que en determinados momentos, pensemos en alimentos que nos resultan mucho más atractivos y nos proporcionen una fuente de placer (alimentación hedónica). Como por ejemplo: dulces, aperitivos de bolsa, comida rápida, bebidas azucaradas… los cuales nos  proporcionarán un refuerzo positivo: nos ayudarán a olvidarnos de preocupaciones, nos harán sentir sociables, nos aportarán sensaciones de placer, nos producirán diversión, nos animarán si estamos de mal humor...

 

Además, tan sólo pensando en estos alimentos, se activa nuestro circuito de recompensa, segregando así dopamina (conocido como el neurotransmisor del placer, encargado de regular la motivación y la repetición de conductas que aportan beneficios). Así pues, cuando pensamos en ese alimento, por ejemplo, un bollo de chocolate, nuestro cerebro crea un estado emocional determinado y por lo tanto, iremos en la búsqueda de esta sensación. 

Cuando finalmente hemos comido ese alimento que tanto nos ha excitado, la dopamina se vuelve a segregar, sintiéndonos satisfechos de nuevo.

 

Y como ya habíamos dicho anteriormente, el hambre emocional tiene poco de racional y mucho de automático e instintivo. Así pues, nos decantaremos por alimentos ricos en grasas y azúcares que activarán nuestras áreas cerebrales relacionadas con la recompensa, y nos llevará así a la búsqueda de estas sensaciones de placer.

 

Además, si me siento aburrid@ y por lo tanto, necesito experimentar sensaciones agradables, mi cerebro buscará razonamientos que me lleven a alimentos que me hagan experimentar placer (“hoy estoy aburrida y desanimada, necesito algo que compense esta sensación”). Sin tener tan presente si este será un alimento sano para mí, como por ejemplo, podría serlo el brócoli.

 

¿Qué otros factores influyen en la aparición del hambre emocional?

 

El miedo y la prohibición a ciertos alimentos por considerarlos “malos” y una dieta estricta, son algunos de los factores influyentes en el hambre emocional, que más tarde puede desembocar en una ingesta compulsiva (atracones). Si nos prohibimos ciertos alimentos (por ejemplo, las grasas, los hidratos, los azúcares…), ocurrirá que cuando estamos ante estos alimentos experimentemos mucha ansiedad, viviéndolo como una lucha.

 

Como forma de evitar la ansiedad que la prohibición nos genera, evitaremos situaciones en las que estos alimentos estén presentes, por ejemplo fiestas, reuniones familiares… Si restringimos cada vez más nuestra dieta y nuestro entorno social, puede ocurrir que vayamos empicadas hacia comer de manera compulsiva mucha cantidad de este alimento “prohibido”, sintiéndonos así aliviad@s y en calma, momentáneamente. 

 

Es importante tener conciencia sobre por qué no comemos cierto alimento. Por ejemplo, puedo decidir no comer chocolate porque me genera migrañas y por lo tanto, es una decisión basada en el autocuidado. O puedo no comer chocolate por miedo a engordar y por lo tanto, es una decisión basada en la prohibición, porque considero ese alimento como “peligroso” para mí.

 

La prohibición nos hace sentir inseguros y nos lleva a activar el control para sentirnos a salvo. Pero cuando más se prohíba un alimento, más ganas tendremos de consumirlo. Por ello no es aconsejable hablar de alimentos buenos y malos o prohibidos y permitidos. Esto nos lleva a polarizar la comida y por lo tanto, también nuestra manera de relacionarnos con ella.

 

Otro de motivos por los cuales no es una buena idea hablar de alimentos malos o buenos, es que nuestro cerebro no entiende de NO. Hagamos una prueba: “NO pienses en un cocodrilo con un sombrero rojo tocando una pandereta” ¿En qué piensas? ¿Cuánto ha tardado tu mente en imaginarse a un cocodrilo con un sombrero rojo tocando una pandereta?

 

Pensar en aquello que nos da miedo o tenemos prohibido, en este caso ciertos alimentos, lleva a que nuestra cabeza imagine estos alimentos, generando obsesión hacia ellos. Además, puede provocar que estar a dieta nos provoque una lucha constante, pensando a todas horas en aquello que no podemos comer.

 

Es importante pues, que no cataloguemos los alimentos como buenos o malos. Sino que en nuestros hábitos alimenticios estén todos aquellos alimentos que nos producen placer y consumirlos en su justa medida para lograr un correcto equilibrio.

 

En un próximo post descubriré las claves para satisfacer el hambre emocional. ¡¡Estad atentas!!

 

Bibliografía

 

- Jan Chozen Bays. (2013) Comer atentos. Ed: Kairós.

- Luis Jiménez. (2014) El cerebro obeso. Ed: Greatspace.

 

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Marta García

Psicóloga y psicoterapeuta. Experta en Psiconutrición y Psicología de la Obesidad. 

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Colaboradores

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