Hace mucho tiempo que le doy vueltas a este texto, porque aunque me hace muchísima ilusión participar en este proyecto, me da mucho miedo también. Por eso, me apetecía iniciar esta colaboración, aportando desde mi práctica en consulta, una historia que a través de una metáfora, vemos cómo puede cambiar la percepción de las cosas.
Hace no mucho tiempo, una antigua paciente me contaba con angustia cómo veía su trastorno de la conducta alimentaria, según le habían contado su terapeuta anterior a través de una metáfora. -“Cuando dejas de comer y después te das esos atracones, es como si estuviera lloviendo mucho, y para ponerte a resguardo de la lluvia, te metieras dentro de una casa en llamas”. Esta metáfora le llegó bastante, y la idea de que era una decisión que tomaba ella, le generaba mucho malestar porque ella se daba cuenta de lo “tonta” que era al tomar esa decisión.
Sin embargo, al escucharla, sentí claramente cómo había gato encerrado en sus palabras. -”Nadie se mete en una casa ardiendo para huir de una tormenta de verano refrescante e inofensiva…”- como según parecía que me contaba. -“Quizá se trate más bien de una lluvia ácida, muy peligrosa, que corroe la piel y que si una gota te toca, tienes verdadero peligro de muerte...entonces, quizá la casa ardiendo se antoja un lugar mucho más seguro que estar a merced de la lluvia”.
La nueva metáfora construida juntas, le había cambiado el foco de responsabilidad, y en vez de ser un acto “loco” o “absurdo” ahora era un acto desesperado por la supervivencia. Ahora era un acto desesperado de amor, aunque el refugio elegido (los atracones) seguía teniendo consecuencias negativas.
Todos necesitamos tener un refugio, un lugar donde nos encontremos seguros ante las adversidades, ante las amenazas, ante las inclemencias del tiempo. Creo que en lo que se refiere a los trastornos de conducta alimentaria, no todo es tan sencillo y pocas cosas son lo que aparentan, como en la historia de esta paciente. El tener las agallas de mirar y bucear a través de los síntomas y sus historias asociadas, implica estar dispuesta a desmantelar las ideas preconcebidas (incluyendo por supuesto las propias) que aparentemente señalan los motivos por los que estamos ante éstas dificultades. Y no solo eso, sino también hacer frente a todo ese dolor, esa tristeza, rabia, miedo, aún a riesgo de equivocarnos. Y si eso no es valentía... que baje Dios y lo vea.
¿Cómo es posible que haya un vínculo emocional tan grande con la comida?
Desde antes de que nuestros corazones latan, estamos literalmente anclados con un vínculo físico a nuestras madres: el cordón umbilical. A través de él nos nutrimos, pues es gracias ello y la placenta, que nos llega de nuestras progenitoras todo lo que necesitamos para desarrollarnos.
Inmediatamente tras dejar el útero materno comenzamos a explorar nuestro entorno con nuestras limitaciones, y continuamos nuestra -en esta caso nueva- forma de vincularnos con nuestras madres a través de la boca, cuando aprendemos a “engancharnos” al pecho materno en la lactancia.
A partir de aquí este órgano, y todos sus componentes, cobran especial relevancia: todo pasa por la boca, se nos estimula a través de esta parte del cuerpo y es y será, durante un buen periodo de tiempo en nuestro desarrollo, un canal fundamental por el cual conocer a personas y objetos que están a nuestro alrededor.
Cuando de madrugada estamos incómodos, nos cogen en brazos, nos calman, nos dan el pecho o el biberón, escuchamos el sonido del corazón, el sonido calmante de una cancioncilla, o los susurros de nuestra figura de seguridad, es este el momento en que nos tranquilizamos, y regulamos la sensación de incomodidad que delataba nuestro malestar. Por tanto aquí se dan al mismo tiempo, muchos mensajes importantes en relación al vínculo emocional y la alimentación.
Desde un punto de vista biológico, la Naturaleza sabiamente ha reforzado a través de sensaciones placenteras todas aquellas conductas adaptativas que quiere que repitamos, y la alimentación no iba a ser menos.
Si unimos estos dos conceptos, la función biológica y la función emocional, y vemos que desde muy pronto ambas se entrelazan, es lógico pensar que cuando necesitamos atender una necesidad emocional, sintamos como recurso disponible de regulación emocional la alimentación.
Me parece importante poder entender esta conceptualización de la alimentación como herramienta, pues es una de las funciones que de forma implícita, ha venido cumpliendo desde nuestro nacimiento. ¿Por qué iba a dejar de hacerlo cuando más lo necesitamos? ¿En el momento en que necesito mayor seguridad, mayor control, me voy a deshacer de una herramienta muy eficaz, sin tener otra mejor? No parece muy plausible.
Este prisma de la alimentación como regulador emocional no es una salvaguarda para comer emocionalmente sin más. Es bueno y necesario ver esto como una conducta adaptativa de regulación emocional, pero no como la única. Y sobre todo, si esta forma de regular mis emociones a través de atracones me hace mal y me daña, necesitamos desplegar otras herramientas diferentes para poder regular nuestras emociones, porque si no “hemos hecho un pan con unas tortas”.
Por tanto estamos a las puertas de un trabajo complejo y difícil pero a la vez muy bonito y gratificante que parte de la observación de cómo nos estamos sintiendo en relación a la alimentación, ver si me sirve para regular una emoción o si está también funcionado como detonante para desencadenar emociones diversas que tapan una emoción previa, así sean agradables o desagradables. Y con mayor motivo las que me generan una sensación de malestar. Por eso, a veces no es suficiente con ser valiente y emprender el viaje, a veces es necesario también viajar acompañado.