Si eres familiar de una persona que está sufriendo un trastorno alimentario, te habrás sentido identificado enseguida con estos comentarios ofensivos. Es posible también que las personas afectadas con estos trastornos escuchen alguna de estas lindezas por parte de sus familiares.
El motivo por el cual fluyen estos improperios de manera habitual es el estrés que genera el trastorno, la duración del mismo parece eternizarse, y los momentos de las comidas llegan a convertirse en una lucha sin cuartel. La presión de la familia para que cambie, para que coma, y con el fin de que cumpla sus tareas de terapia, es tan grande, que la afectada/o se revela y reacciona de forma agresiva.
En especial, el ataque es contra la madre, que suele ser el miembro de la familia que está más pendiente de la persona afectada, de sus comidas, y a la que su instinto maternal le impide aceptar que su hija esté desprotegida, triste, sin alimentarse.
La madre suele ser la que hace el trabajo sucio. Por eso recibirá gran parte de los ataques.
Realmente la relación con la madre suele ser compleja. Durante la enfermedad, la persona afectada siente que odia a la madre pero también que la necesita y la quiere. Ni contigo ni sin ti.
¿Cómo manejar esta situación, de presiones, ofensas y angustia?
La respuesta no es fácil, aunque voy a exponer algunas ideas que creo que pueden ayudar.
El objetivo que hay que alcanzar ante este turbio panorama es reducir la hostilidad para aumentar el clima de tranquilidad y respeto. Si conseguimos que los padres, hermanos y persona afectada luchen juntos contra la enfermedad, ésta, se verá obligada a rendirse.
¡La fuerza de toda la familia unida contra la enfermedad es imbatible!
Para lograrlo en primer lugar hay que intentar reducir el tiempo que le dedicamos a la discusión, a los insultos. Cortar lo antes posible, no entrar en el juego de la enfermedad que lo que busca es enfrentar a la familia. No tratar de convencer, ni dar voces. No se trata de no hablar, sino de hacerlo desde la calma.
En segundo lugar hay que estar atentos al proceso y no al contenido.
El proceso es la situación que atraviesa la persona enferma, es decir, tiene una enfermedad, no come apenas, o vomita habitualmente, no se siente bien y su situación física, junto sus obsesiones y malestar, le provocan cambios bruscos de humor, y una gran irritabilidad, lo que le hará reaccionar de forma agresiva en ocasiones.
El contenido tiene que ver con las palabras que usamos las personas para exponer nuestro malestar; en este caso, la batería de insultos, ofensas y descalificaciones.
Por lo tanto, cuando en la casa se escuchen improperios, hay que entender que no importan las palabras que se utilicen para expresar ese malestar, lo que importa es saber que la persona está enferma.
La receta mágica es la empatía. Es fundamental que la madre, igual que toda la familia, entienda la lucha tan dura que experimenta el enfermo, la obsesión tan grande, lo compleja que es la enfermedad, la cual tiene encarcelada a la persona y le impide ser feliz.
Si mostramos ese apoyo y comprensión hacia el enfermo, sin duda, le ayudará.
El amor eterno que tiene una madre o padre sanos hacia su hija/o enfermo. Y el amor del hijo hacia sus padres, conseguirán luchar juntos hasta derrotar a la enfermedad.
Una última cosa, nunca dudes del amor de tu hija por sus palabras de odio. La culpa de sus duras palabras la tiene la enfermedad.
Tu hija te ama con los brazos abiertos "así de mucho".
Este post es una adaptación del publicado por el mismo autor, en el ya desaparecido Blog Alimentación y Salud del portal Universia.