“Estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. Nunca llevaba los labios pintados para resaltar el contraste con su cabello liso y negro, y, a sus 31 años, todos sus vestidos mostraban una imaginación propia de empollonas adolescentes inglesas”. Ese fue uno de los muchos comentarios que James Dewey Watson hizo sobre Rosalind Franklin, tanto en los años en los que coincidieron en el King’s College de Londres, como después.
La historia de esta mujer, como la de muchas otras, es extraordinaria. No sólo por el hecho de que descubriera la estructura del material genético, el ácido desoxirribonucleico (ADN), que forma parte de cada una de nuestras células, sino por la perseverancia, por la fuerza, por la confianza en sí misma que tuvo que demostrar en una época complicada para las mujeres, en la que se las ignoraba, se las menospreciaba.
A lo largo de la historia muchas mentes, opiniones, aportaciones han sido silenciadas y borradas. Por el simple hecho de que fueron mujeres las autoras, las creadoras. Ni más ni menos. A Rosalind se le suman miles de mujeres. Por suerte, gran parte de ellas están saliendo a la luz actualmente, se está escribiendo sobre ellas y se está revelando la verdad. Aun así, habrá muchas que queden para siempre en el olvido.
En general, por tanto, existe una falta de referentes femeninos, no sólo en la ciencia, si no en todas las disciplinas. Una falta de referentes que hace “presuponer” que no ha habido mujeres capaces de alcanzar logros. Si a eso le añadimos que el aspecto físico de la mujer siempre ha sido tema de debate, de modas, de críticas y un sinfín de etcéteras, como nos demuestra el comentario de Watson: ¿qué resultado obtenemos? Obtenemos una sociedad en la que muchas niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres adultas tienen incorporado el “yo no valgo”, el “yo no voy a ser capaz”, o el constante rechazo hacia sí mismas. Una sociedad en la que las mujeres estamos sometidas a una presión asfixiante, que hace que al final demos más importancia a tener un cuerpo dentro de los cánones establecidos por… ¿por quién? Ni nos lo planteamos. Simplemente rechazamos lo que somos e intentamos modificarlo, con el fin de sentirnos mejor, de querernos más. Cosa que no va a ocurrir, ya que partimos de una base totalmente errónea: la de que no somos lo suficiente.
Al final, ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria…son muchas veces el resultado de todas esas circunstancias que nos rodean, que nos empujan a un agujero oscuro, infinito, donde perdemos toda consciencia de la realidad, de quiénes somos, de lo que valemos, de lo que podríamos ser capaces sin esa mochila llena de piedras que aún nos hace hundirnos más en el agujero.
Considero que dar a conocer la vida, los logros, la historia de estas mujeres es muy relevante. Por un lado, porque muchas niñas y mujeres podremos encontrar referentes femeninos que rompan con nuestra creencia de que “no hay mujeres que hayan hecho esto o lo otro”. Por otro lado, porque estas niñas y mujeres podremos sentir que no estamos solas, que el sentimiento que muchas veces tenemos no es raro, sino que lo compartimos la mayoría de nosotras. Y también lo compartieron en el pasado. Pero esto no es sólo cuestión de conocer a mujeres excepcionales que tuvieron mentes brillantes. No se trata, por ejemplo, de hacer un gran descubrimiento como el de Rosalind Franklin. Se trata de darnos cuenta de la base común que compartían aquellas mujeres, no sólo las científicas. Esa base común es la constancia, el empeño, la motivación por algo en lo que creían, por lo que decidieron que merecía la pena luchar. La perseverancia y el trabajo duro, aun sabiendo que en aquella época nadie las iba a reconocer, que no iban a ser valoradas como merecían. Y aun así, continuaron. Y eso es lo que tenemos que aprender. En el momento en el que seamos capaces de confiar en nosotras mismas, en buscar más allá de nuestro físico, que no es más que una carcasa efímera, en darnos cuenta de las cosas maravillosas que nos rodean…el camino empezará a ser un poco más dulce. En mi caso, la curiosidad y la pasión por la ciencia me ayudó en mi lucha contra esta enfermedad, contra la creencia de que yo no era suficiente, contra la tristeza constante y contra ese “yo” interno que me hacía tanto daño.
¿Y qué hubiera pasado si, por ejemplo, Rosalind hubiera hecho más caso a aquellos comentarios en lugar de a sus motivaciones? ¿Si hubiera aceptado ser discriminada por el hecho de ser mujer? Probablemente el descubrimiento de la estructura del ADN se hubiera demorado en el tiempo y no podríamos admirar el trabajo tan magnífico que realizó. Este conocimiento ha permitido avanzar en muchos campos de investigación. La molécula de ADN contiene la información genética que nos define, es nuestro libro de instrucciones. Un libro escrito con 4 letras: la A (adenina), la G (guanina), la C (citosina) y la T (timina), que ha de ser traducido e interpretado y que se encuentra en el interior del núcleo de nuestras células (aunque también en otros orgánulos: las mitocondrias). Cambios en las letras que forman nuestro ADN o cambios en su estructura, pueden predisponer o dar lugar a distintas enfermedades genéticas. Campos como la biología molecular, la genética, la biomedicina, la biotecnología, etc. nos acercan a este fascinante mundo, imprescindible para poder comprender qué somos, cómo funcionamos y cuáles son los mecanismos asombrosos que regulan nuestras funciones biológicas. Rosalind, esa mujer brillante, altiva, que suponía una amenaza en un mundo masculinizado, tuvo la gran suerte de observar por primera vez la estructura de esta molécula. Gracias a su esfuerzo y trabajo pudo vivir en primera persona ese momento. Si estaba más o menos delgada, si era más o menos guapa para unos o para otros…no se contempla en la historia, porque no tuvo ningún tipo de importancia. Fue una mujer bella, en el sentido más profundo de la palabra, el que describe a una persona con seguridad en sí misma, con la curiosidad como motivación, y con la convicción de estar haciendo algo que sumaría al conocimiento y al avance de la sociedad.
Muchas lucharon prácticamente solas, pero otras tuvieron la gran fortuna de ser apoyadas por personas cercanas a ellas. Y aquí me voy a centrar en las madres (no porque no hubiera padres que también fueran pilares fundamentales, simplemente porque creo que es necesario recalcar la labor de esas madres a la sombra, de esos referentes femeninos que supusieron tanto en la vida de muchas niñas). Es el caso de Dorothy Crowfoot Hodgkin, una mujer que no sólo hizo grandes aportaciones en el campo de la química y la medicina con el descubrimiento de la estructura de la penicilina, la vitamina B12 y la insulina, sino que, además, dedicó parte de su vida a los movimientos pacifistas. Pero esta mujer una vez fue niña y, en ese tiempo, su madre, Grace Mary Crowfoot, más conocida como Molly, fue su profesora y la persona que le inculcó su pasión por la química. Molly, experta en botánica y pionera en el estudio de los tejidos arqueológicos, poseía una capacidad especial para la enseñanza. El campo era su aula y la creatividad de las niñas su forma de acercarlas a la naturaleza, ya que las incitaba a crear sus propios libros y mapas que luego ilustraban. Para Dorothy, dos libros que le regaló su madre supusieron un gran estímulo para decidir estudiar química y alcanzar, después de mucho esfuerzo y tesón, el Premio Nobel de química en 1964.
Al igual que Molly fue un pilar fundamental para Dorothy, Margaret Myfanwe Joseph, Vanne, lo fue para su hija Jane Goodall. Esta primatóloga, conocida por sus pioneros estudios sobre los chimpancés, supo desde niña que quería vivir en la selva de África para escribir sus libros sobre animales. Su madre Vanne, aun viviendo en una situación en la que muchas áreas y trabajos estaban monopolizados por los hombres, impulsó la curiosidad creciente de su hija. Le apoyó por encima de todo, independientemente de lo que opinaran los demás, pero siempre recordándole que el trabajo iba a ser duro. Jane, sin formación académica previa, se aventuró en la selva de Tanzania para comenzar uno de los estudios más exhaustivos, pioneros y asombrosos de la historia, que perdura hasta la actualidad. Entre otras cosas, nos mostró que los seres humanos no somos los únicos que utilizamos herramientas, que los miembros de una familia de chimpancés tienen relaciones cariñosas y compasivas entre ellos que pueden durar toda la vida, o que estos animales llegaban a ser altruistas.
Los estudios de Jane Goodall continúan a día de hoy con la incorporación de nuevas personas inspiradas por esta valiente científica que, a su vez, comparte por todo el mundo un mensaje muy importante y valioso, especialmente para los jóvenes: “todos los días se puede hacer un diferencia que influye en el resto. Uno puede elegir qué comer, cómo vivir y el modo de interactuar con las otras personas. Si empezamos a pensar en las consecuencias de lo que elegimos para los animales, el ambiente y el futuro, todos podemos hacer un cambio”.
Rosalind Franklin, Dorothy Crowfoot, Jane Goodall, Oliva Sabuco, Lise Meitner, Marie e Irène Curie, Bárbara McClintock, Virginia Apgar, Rita Levi-Montalcini, Margarita Salas, Dian Fossey, Hedy Lamarr, Jocelyn Bell Burnell, María Blasco, Gerty Cori, Émilie du Châtelet, Mary Leakey, Lynn Margulis, Carol Greider y un larguísimo etcétera de mujeres científicas valientes y apasionadas. Todas ellas, en sus respectivas épocas, también sufrieron, también sintieron que el camino no era fácil ni, en la mayoría de las ocasiones, justo. Pero creyeron que merecería la pena. Por desgracia, muchas de ellas fallecieron antes de ser reconocidas, antes de que fueran conscientes de lo que habían supuesto para la humanidad. Debería ser nuestra obligación recordarlas, admirarlas y valorar aquello por lo que tanto lucharon, dejando a un lado lo superfluo, superficial y dañino de nuestra sociedad actual.
En mi caso, si alguien me hubiera dicho lo difícil y duro que iba a ser el camino…lo hubiera tomado igualmente. Sin lugar a dudas. Conocer lo que nos rodea, lo que somos, lo que ni siquiera vemos, es algo asombroso. Me considero afortunada por formar parte de ese grupo de personas, pasadas, presentes y futuras, cuya curiosidad y valentía nos ha permitido alcanzar una percepción del mundo, y de lo que está fuera, especial. Sin ciencia no hay avance. Sin ciencia no hay futuro. Incluso, sin ciencia, no hay diversión. Porque la carrera científica, además de interesante y enriquecedora, es divertida y emocionante.
El mundo, y aún más, el universo necesitan que las generaciones venideras continúen desentrañando los misterios. Necesitan que los seres humanos nos empapemos de conocimiento, tanto del alcanzado por grandes luchadoras y luchadores, como del nuevo aún por descubrir. Contribuir a esto, de verdad, merece la pena y, por supuesto, nos hará crecer.
Que nadie os corte las alas, que nadie os diga que no lo vais a conseguir. No perdáis la realidad y mantened los pies en la tierra, pero que no se os olvide soñar y luchar por lo que queréis.
Todas las pequeñas cosas suman. Todas tenéis algo que aportar, por muy pequeño que sea. Tanto en la ciencia como en cualquier campo, en la filosofía, la arquitectura, el arte, la educación, la tecnología…hay tanto qué elegir, tanto que aprender. Respira, cierra los ojos e intenta visualizar dónde te ves en unos años. Intenta no escuchar esas voces que te atormentan, sólo date unos segundos de paz para descubrir aquello que te emocione. Y si aún no lo encuentras, no te preocupes. Llegará. Sólo hay que armarse de paciencia y no rendirse.